Señoras y señores:
Estoy aquí por causa de una llamada que recibí en 1993, cuando era director de un canal de televisión en Barranquilla, Colombia. Al otro lado de la línea la voz de Gabriel García Márquez, premio Nobel de literatura, a quien había conocido diez años antes.
Gabo, como lo llamábamos con cariño, me pidió acompañarlo a emprender un proyecto que germinaba en su imaginación: una institución donde periodistas experimentados ofrecieran talleres para fortalecer la brújula ética y las capacidades investigativas y narrativas de periodistas jóvenes. Creamos en Cartagena la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano como una forma de cuidar, reivindicar e impulsar una profesión que Gabo describía como “una pasión insaciable”.
Treinta años después, hemos formado, inspirado, premiado, conectado y acompañado a miles de periodistas de América Latina, España y Portugal. Siempre fieles al espíritu de Gabo, nos guía la certeza de que el periodismo con rigor, ética, creatividad y cercanía con los ciudadanos en su anhelo de justicia es indispensable para la libertad y la democracia.
Desde el comienzo, con Gabo decidimos que la Fundación debía nacer en el Caribe, específicamente en Cartagena, y no en Bogotá, Ciudad de México o Madrid. Queríamos estar cerca de nuestras raíces y lejos de los centros de poder políticos e intelectuales.
Por mi parte, disfruto profundamente de mis raíces caribeñas y siempre vuelvo a ellas a pesar de una vida llena de viajes y movimiento. Esta dinámica ha demostrado que, desde un territorio periférico, hemos podido proyectar una voz universal.
Alguna vez le pregunté a García Márquez qué recomendaba estudiar a un joven para ser buen periodista. Tras pensarlo, me contestó simplemente: “poesía”. Entendí que el periodismo no puede hacerse sin escucha, precisión, y sensibilidad por las palabras, como en la poesía: cualidades para contar la verdad con dignidad y humanidad. Esa lección es más urgente que nunca frente a la desinformación, la polarización y las tecnologías que ponen en riesgo la conversación pública, la idea de lo común y el sentido de lo verdadero.
Gabo fue conocido por rechazar reconocimientos, pero en 1971 aceptó un doctorado honoris causa de esta Universidad de Columbia, por sus logros literarios y periodísticos en ese momento.
Por eso, es un gran honor aceptar esta Mención Especial del Premio Cabot no sólo en nombre propio, sino en el de una comunidad vibrante de periodistas de lengua española y portuguesa que, contra viento y marea, en sus países o desde el exilio, resisten desde la trinchera, innovan desde los márgenes y siguen creyendo en el poder transformador de las historias.
Quiero agradecer, donde esté, a Gabo, por su confianza y generosidad; a sus hijos Rodrigo y Gonzalo, quienes son hoy mis directivos; a los maestros y periodistas que han compartido su oficio y sus hallazgos en nuestros talleres; a nuestros aliados por apoyar al periodismo como un bien público; a las distintas generaciones del equipo de la Fundación, por el trabajo arduo y alegre que acompasa todos nuestros proyectos y anhelos; y a los cómplices heredados y adquiridos, que han sostenido con amistad a la Fundación y a mí en este recorrido.
Agradezco de manera especial a mi familia, representada aquí por mi esposo Charlie. Ellos saben que esta misión exige tiempo, viajes y desvelos, pero también que nada de lo construido sería posible sin su paciencia y presencia amorosa. No ha sido fácil, pero he sido perseverante y feliz. Este reconocimiento también es suyo.
Nuestra apuesta de futuro es mantener al periodismo como bastión de libertad de expresión, pensamiento crítico y humanismo, en una época en la que ascienden los autoritarismos, los liderazgos criminales y corruptos parecen ganar terreno y el influjo de la inteligencia artificial nos conduce a una hegemonía del conocimiento sin control de sus enormes riesgos.
Los periodistas hemos tenido que migrar de los palacios a las trincheras. Pero en la Fundación Gabo seguiremos celebrando, con alegría, lo que en palabras de Gabo es el mejor oficio del mundo.
Muchas gracias.

English Version
Ladies and gentlemen:
I stand here because of a phone call I received in 1993, when I was the director of a television channel in Barranquilla, Colombia. On the line was Gabriel García Márquez, winner of the Nobel Prize in Literature, whom I had met ten years earlier.
Gabo, as we liked to call him, asked me to help him bring to life a project he had been imagining: an institution where experienced journalists would lead workshops to strengthen the ethical compass and the investigative and narrative skills of younger reporters. Thus, in Cartagena, we created the Foundation for a New Ibero-American Journalism —an institution dedicated to protecting, elevating, and promoting a profession that Gabo described as “an insatiable passion.”
Thirty years later, we have trained, inspired, connected, and supported thousands of journalists from Latin America and Spain. True to Gabo’s spirit, we are guided by the conviction that journalism grounded in rigor, ethics, creativity, and closeness to ordinary citizens in their pursuit of justice is indispensable for freedom and democracy.
From the beginning, Gabo and I decided that the Foundation should be located in the Caribbean, in Cartagena, and not in Bogotá, Mexico City, or Madrid. We wanted to stay close to our roots and away from the centers of political and intellectual power.
I deeply enjoy my Caribbean roots. Although I travel constantly, I always return there. We have demonstrated that from this peripheral territory we can project an truly universal voice.
I once asked García Márquez what he would recommend a young aspiring journalist to study. After a pause, he simply replied: “poetry.” I understood then that journalism, like poetry, requires listening, precision, and a sensitivity to words—qualities that help us tell the truth with dignity and humanity. That lesson is more urgent than ever in times of disinformation, polarization, and technologies that threaten public conversation, the sense of the common good, and even the meaning of truth itself.
Gabo was known for declining awards, yet in 1971 he accepted an honorary doctorate from this very University, in recognition of his literary and journalistic achievements.
For that reason, it is a profound honor for me to accept this Special Citation of the Cabot Prize, not only on my own behalf, but on behalf of a vibrant community of Spanish- and Portuguese-speaking journalists who, against all odds, whether in their home countries or in exile, resist on the frontlines, innovate from the margins, and continue to believe in the transformative power of stories.
I wish to thank Gabo, wherever he may be, for his trust and generosity; his sons Rodrigo and Gonzalo, now leading our Foundation; the teachers and journalists who have shared their craft and discoveries in our workshops; our allies, for supporting journalism as a public good; the many generations of our team, for their tireless and joyful work; and the friends—old and new—who have sustained both the Foundation and myself throughout this journey.
My deepest gratitude goes to my family, represented here by my husband, Charlie. They know this mission demands time, travel, and sleepless nights, but they also know that nothing we have built would have been possible without their patience and loving presence. It has not been easy, but it has been fulfilling and joyful. This recognition is theirs as well.
Our commitment for the future is to keep journalism as a bastion of free expression, critical thinking, and humanism, at a time when authoritarianism is on the rise, when corrupt and criminal leadership seems to gain ground, and when the unchecked advance of artificial intelligence threatens to impose a kind of knowledge hegemony without any oversight of its enormous risks.
Journalists have had to migrate from the palaces to the trenches. But we at the Gabo Foundation will continue to celebrate with joy, what in Gabo’s own words, is the best profession in the world.
Thank you very much.