Por Jaime De La Hoz Simanca
De repente nos golpeó la noticia: fue un eco que invadió la mañana y se extendió por todos los rincones del periodismo, de la docencia y del deporte colombiano.
Murió el doctor Jorge Humberto Klee, el caballero de la ética, el maestro del periodismo, el consagrado docente, el hombre bueno que se paseó por distintos escenarios en medio de una aureola de campeón de la vida.
Quiero recordarlo: alto como un árbol, erguido, frente alta y ojos limpios; además, cargado de una mirada que escrutaba el entorno, y una voz estentórea fácilmente identificable. En los salones de clases, en los pasillos de la Universidad Autónoma del Caribe y en las primeras filas de los cuadriláteros del mundo, donde fungía de juez o de espectador experto, era visible su serenidad a prueba de sobresaltos. Serio hasta los límites de la curiosidad de quienes lo veíamos de cerca o de lejos con una admiración que se salía de madre.
Caramba, se nos fue el doctor Klee, el hombre del amor eterno que profesó siempre a Cielito Reales, su fiel compañera con quien caminaba por la vida en medio de una felicidad sin límites. Amigos, amigas: no son ditirambos de ocasión ni palabras protocolarias al borde de la muerte. Se ha ido un ser excepcional que cultivó una ética indeclinable y férrea, envuelta en principios que jamás hicieron concesiones a lo largo de su vida personal y profesional. Esa, a mi juicio, fue su mejor enseñanza, la que constituye su más grande legado: ética, componente filosófico que se diluye hoy en el ejercicio de un tipo de periodismo cargado de mentiras y desinformación.
Jorge Humberto Klee merece todos los reconocimientos posibles. En la academia fue un auténtico maestro de generaciones que hoy lo recuerdan entre lágrimas y penas; en el periodismo fue un baluarte; y en la vida se constituyó en un verdadero caballero que dispersó su huella en el Caribe colombiano. Lo despedimos con dolor, pero también con grandeza. Una flor para su tumba.