Una aventura cafetera
Texto y fotos Valeria Naissir
Viviendo unos años en España tuve el placer de viajar por el país ibérico y también visitar otros territorios en Europa, como Italia, Alemania, Austria, Suiza, Grecia, Portugal, Dinamarca, entre otros.
Siempre que conocía extranjeros hablaba con orgullo sobre la belleza y todo lo que mi país tiene para ofrecer. A quienes no conocían, los motivaba a visitar y a los que ya habían viajado les escuchaba las historias de sus aventuras. Frecuentemente me hablaban de lugares que yo no había visitado y me dejaban pensando, ¿cómo es posible que un europeo haya recorrido más rincones de mi país que yo? Me dije a mí misma que, cuando regresara a Colombia, dedicaría la mayoría de mis paseos a explorar el país. Y así fue, a tan solo un mes de haber llegado, viajé junto con mi prima y mi mamá, una mujer aventurera que “se las mide a las que sea”, hacía el Eje Cafetero.






Llegamos a Pereira un jueves por la tarde. Cenamos, nos organizamos y luego descansamos porque nos esperaban unos días ajetreados. La mañana siguiente salimos hacia nuestro primer destino: Salento, un pueblo encantador con llamativas casas con fachadas en distintos colores que, a pesar de su variedad, mantienen una unidad arquitectónica. Desde allí tomamos uno de los Jeep que sube al Valle del Cocora. Al llegar, decidimos pasar de largo la primera entrada ya que estaba un poco saturada con atracciones que distraen de la naturaleza. Más adelante hicimos una parada en un puesto donde vendían una bebida fría de guanábana con chirimoya. ¡Una delicia! Incluso a mí, que no suelo comer guanábana, me encantó. Seguimos subiendo a pie hasta la entrada de otra sección que incluye el ingreso a ‘La Mano’. El ascenso continuó durante aproximadamente una hora, haciendo varias pausas porque la altura nos afectaba. (Para quienes planeen hacer este viaje, recomiendo trabajar el estado físico con antelación para evitar dificultades durante la aventura). Cuando finalmente llegamos a la cima, una fría brisa nos recibió junto a una vista que solo se puede apreciar de lleno viéndola en persona. Es uno de esos paisajes que se quedan grabados en la memoria para siempre. El cansancio y la insolación que sentía por el fuerte sol pasaron a un segundo plano.
Al día siguiente amanecimos cansadas, así que decidimos tomarnos el día con más calma. Después de desayunar, salimos a tomar el transporte hacia Filandia. En este pueblo, caminamos entre coloridas casas, similares a las de Salento, visitamos un mirador con una vista relajante y aprovechamos para hacer varias compras. Por supuesto, adquirimos café, un arequipe con macadamias que recomiendo mucho, y varias artesanías Embera Chamí, una de las grandes expresiones artísticas de nuestro país, que merece ser exaltada. Reservamos en un restaurante que varias personas nos habían recomendado y, afortunadamente, fue una excelente sugerencia. La comida estuvo espectacular y la vista, inigualable.




El plan para el cuarto día incluía visitar los termales de Santa Rosa de Cabal y una finca cafetera. Sin embargo, no pudimos ir a la finca porque ya no había cupo en varias de ellas, así que recomiendo a quienes deseen visitarlas que reserven con antelación. Al llegar a los termales, confirmamos la belleza que habíamos visto previamente en fotos. Mi mamá no tardó en ir a bañarse en los termales, mientras mi prima y yo solo mojamos los pies, admirando el paisaje y grabando videos y fotografías. Disfrutamos viendo a mi mamá, quien parecía haber retrocedido en el tiempo, divirtiéndose como una niña bajo los chorros de agua que caían con fuerza sobre su cuerpo.




El último día fue de aeropuertos. Lamentablemente, no hay vuelos directos hacia Barranquilla, así que tuvimos que hacer escala en Bogotá antes de llegar a nuestro destino final. Durante el trayecto, recordamos los momentos divertidos, las cosas no tan buenas, la amabilidad de la gente en Pereira y sus alrededores, lo que más nos había gustado del viaje, y la necesidad de planear otro paseo por Colombia.
Invito a todos los colombianos a que se unan a la ola de explorar y disfrutar nuestras hermosas tierras.



