Un reportaje novelado, íntimo y emotivo, escrito por la periodista Loor Naissir como homenaje a la migración árabe.
Con el Muelle de Puerto Colombia en la portada, acrílico del reconocido pintor Mario Malabet Fernández; y comentarios elogiosos en la contraportada de los escritores Alberto Salcedo Ramos y Enrique Dávila Martínez, comenzó a circular el libro ‘Sin Retorno’, de la periodista barranquillera Loor Naissir Fayad, directora de la revista digital laolacaribe.com
Se trata de un relato ameno, entretenido y cautivador. Narra el destino de un apuesto aventurero, de 22 años y casado, que se embarca en la isla de Chipre en busca del sueño americano.
Cuarenta y cinco días sobre el mar y comiendo una sola vez al día para que el dinero alcanzara, ve ‘luz verde’ cuando el capitán del barco anuncia su arribo a Puerto Colombia. A partir de ahí comienza la odisea del joven árabe que -cuando aprende a medio hablar español y a conocer las monedas y billetes- recorre los pueblos a lomo de una mula, vendiendo telas.
Muchos años después, su hija, una hermosa joven de 18 años, y su esposo -un paisano suyo cuatro años mayor- siguen el camino de aquel primer aventurero y arriban a Colombia. Con estudios hasta tan solo quinto de primaria, y hablando únicamente árabe y francés, aprenden a comunicarse y a escribir en español. Y así se convierten ella en una extraordinaria emprendedora del negocio textil, y él en un enamorado del campo colombiano, con hijos profesionales y una descendencia que llegaría a las universidades de Harvard, Georgetown y Emory, en los Estados Unidos; a la Technische Universität Berlin, en Alemania; a trabajar en el Banco Mundial… y lo que falta.
La autora cuenta algunas anécdotas vividas durante el ejercicio de su profesión en El Heraldo.
También destaca a los descendientes de árabes que han contribuido al desarrollo médico, comercial, industrial, literario, musical y gastronómico del país.
Las primeras ediciones se están vendiendo a beneficio de la Fundación Pan y Panela. Muy pronto podrán adquirir el libro en la Librería Nacional.
Este es uno de los tantos mensajes recibidos de los lectores, en menos de 48 horas de publicado el libro.
“Loor ME ATRAPASTE! Cautivadora pluma! Tu lenguaje cotidiano, sin pretensiones pero con una sabrosura especial por la carga afectiva que se derrama en cada relato, me tienen pegada! Aspiro terminarlo hoy. Te felicito y te agradezco desde el alma habernos regalado tan hermoso viaje! Bendiciones.
Lo dicho! No fui capaz de dejarlo. Me lo traje para el trabajo y haciéndole espacio, fui avanzando hasta culminar su lectura. La disfruté mucho. Incluso en los apartes en los que se me llenaron los ojos de lágrimas! De verdad, gracias por permitirnos caminar entre tus recuerdos! Abrazos”.
María Teresa Ruiz Martínez
Coordinadora Sst Edubar
A punto de tener ‘el placer del cielo’
Primer capítulo
“Pueden ustedes confiar en Dios, que no los dejará sufrir pruebas más duras de lo que pueden soportar”. 1 Corintios 10,13.
Haber leído y visto la película ‘90 minutos en el cielo’, en la que el predicador Don Piper estuvo en el cielo y volvió a la vida después de un gravísimo accidente, me motivó a publicar los incidentes dolorosos de mi vida en los que he conversado con Dios y también le he reclamado con rabia y tristeza.
Soy la prolongación de un joven libanés que emigró en un barco sin rumbo fijo, buscando un lugar en América donde trabajar para mantener a su esposa y a su hijo que venía en camino.
La mía no se parece en nada a la de mi querido abuelo. No tengo ese espíritu aventurero ni las ganas de irme de este terruño que amo; que también es mío porque nací aquí, y aquí nació mi único hijo. Llevo su sangre y el orgullo de contar su historia, una vida que me llevó a ser lo que hoy soy: comunicadora social.
En la película, Don Piper volvió a la vida milagrosamente y ‘el placer del cielo’ fue reemplazado por una larga y dolorosa recuperación.
No puedo comparar su experiencia con la mía. Pero sí tuve un gravísimo accidente de tránsito a la salida de Barranquilla, por la Vía al Mar. El resultado: aplastamiento de tres vértebras lumbares, múltiples fracturas en el pie derecho y una larga recuperación en cama sin poder moverme. Cuatro meses durante los cuales me dio vértigo posicional, se me caía el cabello e hice incontables cuestionamientos a Dios por mi sufrimiento.
Luego, un corset que inmovilizaba mi averiada columna. Muchos creían que no volvería a caminar. Y además, después de mi rehabilitación no podía quedar embarazada porque mi columna no soportaría el peso.
Debía esperar por lo menos un año más.
Durante este doloroso y angustiante proceso, mi ginecólogo descubre que tengo hidrosalpinx en la trompa izquierda. Se trata de una patología en la que una o ambas trompas de Falopio se obstruyen por adherencias y se acumula líquido en ellas. Estas obstrucciones impiden el paso del óvulo al útero y del espermatozoide al óvulo para su fecundación, lo cual dificulta el embarazo.
Otro viacrucis que me llevó a consultar a varios especialistas, inclusive al bioenergético Alejandro Segebre, a quien conocí haciéndole una entrevista en El Heraldo y lo reté para que me dijera qué encontraba mal en mi cuerpo.
Sentados en el famoso sofá del segundo piso del periódico donde se atendía a todos los entrevistados, excepto a los que llegaban a hablar con el director o a una tertulia, que eran recibidos en la sala de juntas.
De manera espontánea sacó un péndulo de su bolsillo y lo pasó disimuladamente sobre todo mi cuerpo y me impresioné cuando se detuvo en el lado izquierdo de mi vientre. Y dijo: “tienes una bolsa de agua que te impide quedar embarazada. Yo la quito con láser, sin cirugía y en mi consultorio”.
No dije nada a nadie y me fui al día siguiente donde el doctor Segebre, quien es especialista en Medicina China. Hoy tiene gran fama y hasta un canal en Youtube.
Me acostó en una camilla angosta en la que no podía moverme. Me pidió que cerrara mis ojos, pero yo incrédula los entreabría para ver lo que hacía.
Pasaba sobre mi cuerpo una cantidad de cristales y otras cosas que no podía descifrar.
Y él me insistía que cerrara mis ojos para que no se afectaran. E hice caso.
Pasados 45 minutos, me dijo que al día siguiente amanecería con malestar en el cuerpo y me fui a mi casa. Eran las 3 de la tarde, el sol brillaba más que nunca y sentía que sus rayos quemaban mi piel mientras esperaba el taxi.
Al día siguiente no podía levantarme de la cama. Le conté a mi esposo y se molestó muchísimo; me cuestionó por haber ido sin su consentimiento. Llamé a Olguita Emiliani, entonces mi jefe en El Heraldo, para contarle lo que me había pasado y solo dijo: “Te pedí que le hicieras una entrevista, no que te sometieras a ningún tratamiento”. También se preocupó muchísimo.
Ambos me llamaban cada rato.
Por la noche me sentí mejor.
A la semana siguiente llegó el gineco-obstetra Guido Parra de un congreso en Argentina y le dije que estaba dispuesta para que me practicara la ‘Laparotomía exploratoria’, una cirugía abierta del abdomen para ver los órganos y los tejidos que se encuentran en el interior. No existía aún Laparoscopia. Este novedoso procedimiento llegó a Barranquilla un mes después.
La sorpresa fue que el doctor Parra no encontró la bolsa de agua que salía en el examen, solo un mioma que también puede producir infertilidad.
A partir de ese día empecé a creer en la Medicina China.
Cero y van dos incidentes dolorosos. En el primero, volví a caminar y a hacer mi vida normalmente; y en el segundo, Dios me dio la dicha de ser madre con tratamiento de fertilidad.
El tercero y también grave episodio fue cuando se me rompió uno de los cuatro aneurismas que anidaban silenciosamente en mi cerebro y me producían constantes migrañas cuando tenía estrés.
Y de este también salí airosa después de 27 días en cuidados intensivos, en coma, en comunicación con Dios.
Mi recuperación fue dolorosa, muy dolorosa. Aprendí a caminar como los bebés, a comer sola, poco a poco.
Y aquí estoy frente al computador, logrando el milagro del libro de mi vida.
Todo en mi vida ha sido milagro tras milagro.
Mi madre me contó que nací como un milagro después de tres embarazos fallidos.
Esta es mi historia, salpicada de mucho amor y dolor, un dolor que me enseñó a amar los días que me faltan por vivir.