Por Jesús Ferro Bayona
Si uno no podía participar como actor, los desfiles de carrozas y comparsas del carnaval se disfrutaban mucho desde el bordillo siguiendo la antigua tradición. Esa era mi felicidad en la infancia cuando me llevaban a verlos en la carrera 44. Pero como cada uno lo vive a su manera, y quien lo vive es quien lo goza, no se puede dictar cátedra sobre cuál es la mejor forma de vivirlo. Lo que sí es indiscutible, y la Unesco lo ratificó cuando declaró que los carnavales de Barranquilla son patrimonio cultural e inmaterial de la humanidad, es que el río Magdalena y sus pueblos ribereños tienen una influencia categórica en el carnaval barranquillero. En las fiestas de aquí confluyen innumerables bailes, comparsas, rituales, disfraces, y esa música exclusiva de la tambora y la flauta de millo que bajan por el río. Cuando en un escenario más reciente en años, como es el de la Vía 40, empiezan a desfilar los grupos folclóricos como la Danza de los Goleros, con sus ojos saltones, o de los Coyongos, las aves zancudas, detrás del tumulto de carrozas y comparsas que salen en la Batalla de Flores, siento que estoy viviendo la auténtica tradición de nuestro carnaval que es bien distinta a la de Río de Janeiro o de cualquier otra parte. En el carnaval de Barranquilla se da un despliegue de fauna y flora en los disfraces que hacen recordar lo más conmovedor y pegajoso de composiciones como se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla, nada menos.
Lo cantan los colombianos inmigrantes en Madrid o en Nueva York. Es inconfundible como la piragua, la piragua, que repite todo el mundo. De la depresión momposina brotan las danzas que desde años atrás son la vida de fiestas como las del 11 de noviembre de Magangué con su Gigantona que asusta a todos pero también divierte. Ni hablar de los carnavales de Tamalameque (donde «sale una llorona loca») que desde épocas inmemoriales con danzas como el Torito y la de Negros hacen bajar por el río a multitudes apretadas en lanchas que casi se estrellan entre sí para desembarcar de primero en el pueblo. Por el Magdalena bajó la cumbia que es el corazón del carnaval, es su distintivo, madre de todos los ritmos que mueven a las comparsas y las ponen a vibrar. En todo caso, el río es el gran contador de historias, como dice Wade Davis, y por eso hay que prestarles atención a las danzas que llegan de distintos municipios ribereños a mostrarse en el carnaval de Barranquilla. La mayoría de los danzantes han estado preparándose durante meses para venir al escenario barranquillero a ganarse aplausos. Se los merecen.
Tomado de El Heraldo