Por: Dina Luz Pardo Olaya
Escritora colombiana
Dirigente gremial
Hay ojos que hablan, sonríen, callan y hasta se desnudan pestaña a pestaña, dejando fluir las palabras a través de las miradas y hasta en lo que no se dice verbalmente. Y hay ojos, que, pese a esto, se reservan para sí algunas emociones; no cualquiera traspasa almas con ojos color piedra preciosa y temple de mujer aguerrida, como los de Loor Naissir Fayad; ojos que dan cuenta de vivencias plenas, de una infancia feliz, de realizaciones, sueños, pero también de lo que aún está por vivir.
Son los ojos de Loor Naissir Fayad, los de aquella niña descendiente de árabes que, al crecer quiso ser médica, pero que, por esas cosas de la vida, terminó formándose como comunicadora social-periodista y vaya que reconocida como “una veterana” en el medio periodístico.
Actualmente es la directora de la revista digital La Ola Caribe y escritora, puesto que decidió publicar un primer libro de su autoría, editado por SantaBárbara, titulado Sin retorno, a través del cual rinde homenaje a sus padres y a su abuelo.
La visité hace poco con el ánimo de sostener una charla, a través de la cual pudiese generar este texto-entrevista abierta, para la revista MaríaMulata. En algún evento periodístico me la topé hace tiempo, mis referencias sobre ella se limitaban a lo que veía, y solo en ese encuentro de hace quince días, las dos nos conocimos, no desde la distancia o por redes o por medios de comunicación; hablo de conocernos en persona. Le confesé que mi entrevista no se centraría en su libro, le expresé que quería que otros conocieran de ella, lo que hasta el momento nadie ha podido conocer. Y hallé, de lo que expresó en libertad: a una mujer asertiva, con memoria prodigiosa y noble de corazón.
Sobre su libro Sin Retorno, bien vale la pena que el Archivo Histórico del Atlántico, conserve algunas copias, puesto que, aunque es una fiel muestra de homenaje a sus antecesores, a su abuelo y padres, también referencia muchos apellidos y episodios de familias de tradición del departamento.
Así que, perfectamente, puede convertirse en un libro de consulta para generaciones venideras. Siempre la había visto, en persona o por prensa, con porte de mujer elegante, profesional, imparable, desafiante. Pero, la tarde del pasado veintiséis de agosto, compartí con la mujer de casa, sencilla, de corazón noble, sin un ápice de maquillaje (es su estado natural), con deseos de servir, la que tiene nítido en su memoria y palabras, sus vivencias desde la infancia. Y a esa mujer fue a la que abordé para esta entrevista; la otra, la periodista y su trabajo público, ya la han entrevistado en sendas oportunidades y, de seguro, usted, respetado lector, encontrará en la web sobre esa faceta profesional de ella. Así que antes de llegar a compartir aspectos muy suyos, un poco del momento que vive actualmente como escritora.
Dina Luz Pardo: Por estos días muchos colegas hablan del salto que dio Loor Naissir, del periodismo light al género literario; de hacer periodismo y dirigir medios digitales e impresos, al maravilloso, enigmático y largo camino del libro, con tu publicación titulada, SIN RETORNO… ¿por qué decidiste escribir sobre los migrantes que llegaron al Caribe colombiano, en especial, sobre tus ascendientes?
Loor Naissir: Sin retorno, nació de la nada. Siempre quise homenajear a mis padres y a mi abuelo, porque tuvieron la verraquera de migrar y buscar un futuro para su descendencia. Si ellos emigraron fue porque tuvieron necesidades.
La economía de Colombia está basada en las migraciones que llegaron con una mano adelante y otra atrás, pero trajeron la civilización, enseñaron a la gente a trabajar en lo que ellos sabían. A mis ocho años, con la curiosidad propia de la infancia, preguntaba mucho a mi abuelo y él me contó en varias ocasiones el día que salió del puerto de Chipre en El Mediterráneo, a los 22 años de edad; nunca había pensado en emigrar, pero tenía esposa y embarazada, no tenía trabajo y el Líbano en ese momento pertenecía a Siria, todo el territorio estaba tomado por franceses y mi abuelo, vino hablando francés, porque era obligación en los colegios aprender este idioma. Cuarenta y cinco días viajando por mar, fue una travesía que lo marcó en su vida. A veces comían una sola vez al día para economizar, venían en la parte de debajo de barco donde hacía frío y el ruido agobiaba; saber esto me produjo tanta tristeza que crecí con ese sentimiento, por saber que se esforzaron tanto por su esposa, mi abuela, y por quien fue mi madre; tanto se esforzó que yo nací en mejores condiciones. Mi mamá, hablaba dos idiomas, árabe y francés. Las generaciones pasadas de ella eran de los fenicios, es que ser mercader se lleva en la sangre. Tú hablas con un árabe y sabes que es un negociante. Fue mi abuelo quien le enseñó algo de español y la empleada que la ayudaba en los quehaceres del hogar, terminó por enseñarle lo que le faltaba.
D.L.P.: Mencionas a tu madre con especial afecto, ¿qué es lo que más le admirabas?
L.N.: Mi madre, con pocas palabras que sabía del idioma español y sin tener un título de bachiller, abrió una tienda de telas e hizo próspero su negocio. De Lorís, o mejor llamada en el pueblo, niña Nuri, mi madre, aprendí lo que es realmente atender a los clientes, la recursividad y saber que ella reconocía que todos los días aprendía algo nuevo. Siendo extranjera y con pocos conocimientos llegó a ser una em-prendedora del sector textil. Ah, debo contarte que cuando mi mamá llegó a Luruaco, era cristiana ortodoxa y se convirtió al catolicismo.
D.L.P.: Sabemos que loor, significa alabanza o elogio, particularmente siempre me llamó la atención si hubo otra razón más allá del significado de la palabra, para que hayan decidido bautizarte como Loor. ¿Te bautizaron con este nombre por algún otro significado? ¿Quién eligió tu nombre?
L.N.: Fíjate que mi nombre tiene una larga historia. Cuando a mí me bautizaron, el cura del pueblo (Luruaco), quien tenía una edad avanzada terminó poniéndome el nombre equivocado. Mi madre le dijo que me iba a llamar Laure, así, en francés; pero el cura le dijo que ese nombre le parecía extraño, y remató diciéndole “no, se llamará Lot”. El nombre en la Biblia es un nombre masculino, el de la historia del marido de la mujer que se convirtió en sal.
Fui creciendo y a la edad de siete años, mi madre decide que yo estudiaría en un colegio de monjas de la comunidad Santa Teresita del Niño Jesús y ellas me inculcaron todo lo que es el catolicismo. Una vez preparada para la primera comunión, mi madre decide ir a donde las monjas para que la prepararan a ella también para hacer la primera comunión conmigo. Fue un momento emotivo compartir esa ceremonia con mi madre. En medio de todo, ella no tenía ni idea del nombre que me puso el cura, pero yo sí lo sabía y le dije que no podía llamarme así, que mi madre le había dicho que mi nombre sería Laure… El cura me dijo que era un sacrilegio lo que yo decía, porque según él, mi madre sí le dijo que me llamaría Lot. Y bueno, a esa edad, decidí tomar las riendas de mi nombre y fui a donde el secretario y le comenté, claro está, “por debajo de cuerda”, de que yo no me quería llamar Lot y que él me ayudara a cambiar mi nombre, y que estaba segura de que el cura no se iba a dar cuenta. Yo tenía un diccionario Larousse y ahí busqué Laure, pero no existía; encontré Loor y lo elegí. Así que mi nombre es Loor, porque yo misma lo decidí a mis ocho años de edad. No podía quedarme con un nombre masculino y que tampoco correspondía al que mi madre le dijo al cura que me pusiera.
Pero aquí no termina la historia de mi nombre. Mientras estuve estudiando no hubo problemas, pero cuando comencé a trabajar en El Heraldo, tuve que usar el seudónimo, Loren, porque el director decía que mi nombre era difícil y el apellido extraño. Mi nombre me trajo muchas confusiones, y los lectores pensaban que yo era hombre, incluso hasta quien hoy es mi esposo, pensaba igual. Me llegaban tarjetas marcadas “Señor Loor Naissir y sra.”.
Hubo muchos momentos incómodos a raíz de esta situación, pero con el tiempo fui apropiándome de él, sabiendo que era un nombre hermoso, y esto lo corroboré el día en que mi esposo se iba a lanzar al concejo de Barranquilla, me llevó como testigo y la encargada de la registraduría cuando escuchó mi nombre, me hizo mostrarle la cédula y dijo que pensaba que era un nombre artístico. Ese día supe que mi nombre era hermoso. Y el orgullo me creció. No lo cambiaría por nada del mundo.
D.L.P.: Demos un giro en la conversación, Loor. Vámonos a los sabores y texturas de las preparaciones en la cocina de tus ancestros, de hecho, porque leí que mencionaste algo sobre ello, aunque fuese con poca descripción al respecto, ¿viste en algún momento de tu infancia preparar quibbes? ¿Qué recuerdas de esos tiempos de cocina y preparación de quibbes y qué sensación te genera?
L.N.: (sonrisas) Mi mamá se sentaba en el piso con dos poncheras, una a cada lado, una con Trigo burgol y otra con carne molida, y por otro lado tenía el molino y las especias, ají topito, cebolla roja, hierbabuena… era un cuadro con movimiento, era ver su destreza para prepararlos y que luego quedaran tan exquisitos, crocantes por fuera y tiernos y frescos por dentro. Y te cuento, no era que yo le ayudaba, ella me obligaba a prepararlos, ahí, sentada al frente de ella.
D.L.P.: ¿Sentías que tenías más de árabe o te sentías colombiana?
L.N.: Mira que yo de la puerta para adentro era árabe y de la puerta para afuera era colombiana. Cuando llegaba del colegio me recibían con un disco árabe. A mí me arrullaron con música árabe.
D.L.P.: Y de esa mujer que llevas en las entrañas, esa madre que te enseñó y amó tanto, ¿crees que hay mucho de ella en ti?
L.N.: Sí, por supuesto. Sobre todo, en que yo no me detengo en la vida, no acepto un no. Esto lo vi en ella de mil formas. Y no fue que lo aprendí, es de sangre esta actitud.
D.L.P.: Volvamos a tu infancia, más allá de esa escena de preparación de quibbes. ¿Fuiste feliz?
L.N.: Yo fui feliz. Fui feliz porque tuve un entorno amoroso, no me hizo falta nada, a pesar de que no lo tenía todo. Lo que nunca se ha tenido, no hace falta. Mis padres todos los días me contaban historias y cuando crecí las encontré en la Biblia. En el caso de mis padres, no se trató de sobreprotección, sino de amor en libertad. Recuerdo que tenía una muñeca rígida, pero fui feliz con ella, porque me despertó la sensibilidad.
D.L.P.: Y hoy día, siendo una mujer realizada desde diferentes roles, ¿cómo te defines?
L.N.: Como una mujer sencilla, con valores. Fui bien formada por unos papás amorosos que desearon mi llegada. Fui el centro de atención de toda la familia. A mí me mueve la pasión, no el dinero. Escribí el libro por una satisfacción personal, tanto que la primera tanda de libros publicados, una parte la doné a una fundación y la otra, pues, esos sí los vendí al por mayor. Después hice una segunda impresión y varios amigos los han adquirido para leerlo y obsequiarlos.
D.L.: Después de todo lo recibido de tus padres, sobre todo de tu madre, después de haberte formado como periodista, después de todos los medios en los que has trabajado y dirigido, ¿hay algo más por hacer, o mejor, algún sueño por cumplir o un deseo por desarrollar algún talento y proyecto de vida?
L.N.: Servir a la comunidad. A mis veinticinco años quise irme de misionera, por ejemplo, cuidando enfermos. Claro está, en mi transcurrir de vida, he apoyado a varias fundaciones y he ayudado a educar a muchos. Mira que, después de casada, vivimos momentos difíciles porque no podía quedar embarazada. Mi primer y único hijo fue muy deseado. Así que ofrecí al Divino Niño, siete regalos para niños pobres. Ese diciembre no pude salir, pero mi esposo fue a entregar los regalos a los niños que estaban en el “hospitalito” y como un milagro, ese 28 de diciembre me dijeron que estaba embarazada y de mellizos, pero ante la emoción y quizá, por otros factores, perdí a uno de ellos. Cuando nace mi hijo, prometí que todos los años regalaría juguetes a los niños pobres. Estos los compraba en “Miamicito”. Siape, fue uno de los barrios escogidos, no solo para llevar juguetes, también útiles escolares.
D.L.P.: Y a nivel literario, qué viene, ¿más publicaciones?, ¿de qué género?
L.N.: A nivel literario tengo el sueño de publicar cinco cuentos para niños, de corte costumbrista; solo faltan las correcciones.
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Loor, como todos los humanos, ha tenido días difíciles, pero, su lema “es nunca desistir”, prueba de ello, fue cuando vivió la experiencia más dolorosa de su vida, el día que estuvo a punto de morir (si desea conocer sobre este suceso pude escanear el código QR que está en la parte inferior). Después de veintisiete días despertó de un coma inducido y para colmo, al abrir los ojos encuentra que su cuerpo había perdido el tono muscular. Recuperar la movilidad de su cuerpo para aprender a caminar nuevamente y poder comer y hacer sus cosas por sí misma, fue su mayor reto.
A todas luces es una mujer asertiva, realizada como profesional, esposa, madre, como ejemplo de superación ante las adversidades y, como hija, decidió honrar a sus padres y abuelo, al año de la partida de su madre, con la publicación de su libro “Sin retorno”.
Loor publica un bello libro, sobre el cual han comentado varios escritores, Alberto Salcedo Ramos, Enrique Dávila Martínez y Fausto Pérez. Por cuestión de espacio, queda por fuera de este texto publicado, más de lo que me compartió Loor. Aclaro, el enfoque y foco de la entrevista fue ella, aunque tiende a hablar con pasión y emoción de sus padres y abuelo, siempre la traje a que me hablara de sí misma. Como dije al inicio, no cualquiera traspasa lo que dicen los ojos color piedra preciosa. Faltó mucho por saber de ella, quizá, en algún otro momento, surja otro encuentro y entonces, a lo mejor, pueda traspasar más allá de sus emociones espontáneas al escuchar una pregunta sobre su vida.
Sin retorno al pasado, pero con la memoria fresca para recordar lo que le contaron y vivió con su ascendencia… Gracias, Loor, por abrir esa ventanita y permitirme compartir a muchos lectores, aspectos de tu vida, emociones, sentimientos y vivencias.
Tomado de la revista literaria MaríaMulata