Colaboración de Emiluz Jaraba
Es una de las periodistas y escritoras más notables de Colombia. Además, tiene un gran trabajo humanitario en Latinoamérica. Fue una de las invitadas al Hay Festival 2023.
LA OLA CARIBE entrevistó a esta increíble mujer, madre y novelista, cuya vida en sí misma es una novela.
Durante la cálida conversación habló de su familia y su trabajo literario. Que tuvo una infancia y una adolescencia muy feliz, que viajaban mucho. Eran un núcleo familiar muy cerrado, con un padre y una madre que se querían mucho. “Mi hermana y yo con bastante libertad, sin restricciones; aparte de la fidelidad al clan, había un comportamiento de cariño”.
Este fue el diálogo interesante y profundo, con Laura Restrepo en el que mostró además su faceta de activista política:
¿Cómo surge esa sensibilidad hacia la realidad social de nuestro país?
-Como te contaba tenía una vida muy feliz, pero en determinado momento cuando entré a la universidad se me abrió otra puerta. Yo inicié en la Universidad de los Andes muy jovencita, tenía 17 años. Tomaba clases y volaba a la escuela que se llamaba el Colegio Colombia, dizque a enseñar a unos muchachos, que sabían mucho más que yo. Eran jóvenes que habían sido escogidos de las mejores escuelas públicas y la verdad que ellos conocían otra Colombia; comenzaron a mostrarme sus familias, sus barrios, sus conflictos y yo dije: ¡esto es fascinante! no puedo dejar por fuera esta otra realidad tan potente y que de alguna manera no hacía parte de mi mundo.
¿Cómo era ser mujer, además, joven en los años setenta?
-Por muy feliz que fuera la vida familiar, para las mujeres las trabas en materia de sexo eran tremendas, había un montón de limitaciones impuestas y autoimpuestas. Uno tenía que ser y vestirse de una manera. Permanecer virgen, a los 15 años, no se hacían preguntas al respecto, eso era un tema tabú. Además, las relaciones bendecidas por las familias eran la de los muchachos más cercanos, después uno se daba cuenta que tenía una razón: la familia escogía lo que se consideraba un buen tipo. Por otra parte, eran tiempos donde ser joven era ser de izquierda y ser de izquierda era ser militante. Había la necesidad de vincularse en ese momento a la revolución cubana en pleno esplendor, la teología de la liberación que calaba muy hondo, los grandes movimientos campesinos en Colombia, mayo del 68 francés: era la humanidad entera en un proceso de renovación muy fascinante. Estaba la necesidad de tener uno su propio espacio de libertad, no necesariamente seguir un mismo esquema familiar, aunque había sido muy feliz el mío, pero eso, también me daba la seguridad para seguir mi propio camino.
En su trabajo literario se considera a Gabriel García Márquez como su mentor, ¿cómo influyó él en su obra?
-Cuando estudiaba filosofía y letras en la universidad empezaban a salir todos los grandes libros del ‘boom’ latinoamericano y ese era otro universo que se nos abría, por fin los latinoamericanos escribiendo a la talla de los grandes escritores mundiales y muchas veces, todavía mejor. Era estar leyendo a Pedro Páramo y al Vargas Llosa de entonces, era un prodigio. Y García Márquez, colombiano, salido de un pueblito de la Costa, dándonos la gran lección de cómo se puede ser absolutamente universal a partir de lo absolutamente local. Yo creo que, a través de lo mítico. Él supo captar los grandes mitos que habían detrás de nuestra historia y nos convertía en universales, eso fue una revelación. Luego con los años, García Márquez, Borges, Cortázar, quien me fascinaba de joven y me sigue fascinando, todos esos grandes autores se convirtieron en el aire que respirábamos. Ellos impregnaron el lenguaje de tal manera que nos revelaron un continente que era nuestro, pero no lo conocíamos, no lo sabíamos nombrar.
¿Le importaba mucho que compararan sus obras con un determinado autor?
-Por más que nosotros tratábamos por todos los medios de no escribir como Gabriel García Márquez, era difícil no hacerlo. Imagínate cómo vas a emular a semejante titán. Bueno te comento que yo escribí una tesis de grado muy felizmente perdida, que era en contra del realismo mágico (risas) porque nosotros éramos jóvenes urbanos, muy metidos en la política, entonces eso de realismo mágico nos sonaba mal, nos sonaba a que estaban despolitizando y obviando el problema social.
Pero, justo en Cien años de soledad está presente la realidad política y social de Colombia.
-Si eso es algo soberbio, pero yo entiendo que criticáramos, porque ¿cómo haces tu para sembrar una yerbita diminuta con tu escritura frente a ese árbol tan inmenso y potente que era él? Por más que trataras de evitarlo, ya Gabriel García Márquez estaba infiltrado en el lenguaje, en el aire, en la tierra misma y todos los del ‘boom’. Nosotros éramos otros, y estábamos trabajando sobre un terreno que ellos habían vuelto fértil. Eso fue un gran prodigio que nos sucedió.
Precisamente sobre los temas de sus novelas en Dulce compañía aborda la religión y la marginalidad ¿cómo ha vivido la religión en su vida, o el sentido de trascendencia?
-Mi familia no era religiosa, o digamos no era antirreligiosa, pues las dos familias eran de la tradición cristiana católica, pero, yo no recuerdo que nos hubiesen llevado a misa. Visitábamos las iglesias porque tenían frescos o por conocer la arquitectura, los cuadros, pero, nunca fue una imposición. Para mí la religión no fue como de pronto les sucede a tantas personas que sienten que tienen que deshacerse de esa imposición moral, de ese dictamen: por este camino tienes que seguir. Para mí la religión era más bien una cuestión de arte, de la gran pintura de Miguel Ángel, de la música de Bach. Yo también crecí con las novenas de año nuevo, los villancicos, mi familia hacía un pesebre gigantesco, con todas las figuras. Yo todavía sigo haciendo pesebres y mi hijo no comulga tanto con eso y me esconde el Niño Dios (risas).
¿Justo cómo ve ese aspecto de la religión, especialmente en América Latina?
-Si tú le quitas esa parte tremenda de opresión que ha tenido la iglesia, donde a nosotras las mujeres, la iglesia convencional no has presionado al sometimiento, hay presencias que debemos mencionar de curas como nuestro Pacho de Roux. En este país, hay unos personajes prodigiosos que son presencias por la dignidad, por la paz, por la igualdad. Toda esa religiosidad popular es de una creatividad, de una solidaridad, son ritos colectivos maravillosos que hacen comunidad. Yo creo que, si quitas esa religiosidad popular de nuestras comunidades se desvertebran, porque hoy en día, no hay una ética social laica que la reemplace. Por ejemplo, qué tal el día de los muertos en México con ese despliegue de creatividad de alegría, es como si la puerta entre vivos y muertos estuviera cerrada y se abre un día al año y los muertos vienen y se les dan serenatas, traguitos, y se da comida en la tumba y luego ya chao vete para tu tumba. Ahora que vivo en Cataluña está toda esa representación ensangrentada de los sevillanos, la Semana Santa en Sevilla es una puesta en escena fastuosa.
Su novela ‘Delirio’ trata el tema del narcotráfico, la locura y del suicidio quizá en ese entonces, un tema poco abordado en nuestra sociedad.
-Yo creo que en ‘Delirio’ se habla de cuatro secretos, en un momento dado esa novela se iba a llamar ‘El secreto’. ¿Cuáles han sido tradicionalmente nuestros cuatros secretos, ¿quién es el padre? el problema de la paternidad, el origen, ese es uno; la riqueza, el qué es rico ¿de dónde sacó la plata?; la sexualidad ¿qué hace la gente en la cama? gran secreto, en la familia eso es tabú, o se hace lo ortodoxo o quien se desvía de la regla no se lo menciona; y el otro gran secreto es la locura ¿cómo se disimula la locura en la familia. Yo pienso que uno de los grandes cambios que ha dado la humanidad, porque en eso estamos solos, es asumir eso como parte del ser humano, con todas sus glorias y todos sus desórdenes. Es entender que puede haber enorme dosis de creatividad y de dignidad en esos desvíos de la norma y por eso considero que ese libro pegó en esa sensibilidad. Esos temas se habían tratado siempre en la telenovela, por eso le doy gran relevancia, porque se atrevía a hacer de la intimidad su sustancia. La intimidad en América Latina siempre se quedó por fuera de la literatura, todavía nos cuesta un trabajo tremendo.
A propósito de su última novela ‘Canción de antiguos amantes’, inspirada en su labor de periodismo y voluntariado con la organización Médicos Sin Fronteras, usted señala que esta reina de Saba quería mostrarla como una mujer bella, valiosa y también maligna.
-Sí, es quitarle todo ese montón de requisitos para que sea lista y reconocida. La reina de Saba es un carajín del monte, tremenda, rebelde necia, de una naturaleza ambigua entre lo animal y lo humano, entre lo femenino y lo masculino, además una reina destronada. La desheredan entonces se vuelve más bien la cabeza de las grandes migraciones de mujeres desplazadas y desterradas.
Por último, a propósito de su libro ‘Historia de un entusiasmo’, sobre el proceso de paz con el M-19 ¿cómo ve el proceso de paz en Colombia?
-Yo veo con una enorme alegría, la apertura desde el gobierno a temas como la ecología, la igualdad, la paz. En momentos en donde el primer mundo se encausa ciegamente hacia una guerra que en cualquier momento se convierte en la tercera guerra mundial. Entonces un paisito invisible para ellos como es Colombia sabe negociar. Las nuevas generaciones nacen con la paz estampada en la frente, es un propósito nacional.