Por Jesús Ferro Bayona
Al momento de escribir el viernes esta columna, el proyecto de reforma a la educación corría el riesgo de hundirse por no lograrse los acuerdos antes del 20 de junio. Pero incluso con los acuerdos alcanzados antes, diez exrectores de la Universidad Nacional, número que abarca tres décadas de manejo de la institución, firmaron una carta abierta al presidente de la República. Manifestaban que ninguno de ellos volverá a hacer parte del Consejo Superior de la UNAL, -en el que tiene asiento un exrector-, hasta que el tribunal de lo contencioso administrativo se pronuncie a fondo sobre las designaciones de Peña y Múnera, dejando en claro que ellos reconocieron la legitimidad de la elección del primero.
Los exrectores consideran que el cambio que se operó a última hora para nombrar a Múnera, candidato oficial, es “inocultablemente político dejando de lado el enfoque académico que un cuerpo colegiado de estas características debe garantizar”. En mi opinión, es un punto esencial del debate no solo respecto de lo sucedido en la Universidad Nacional, sino también de todo lo referente al debate público en torno al proyecto de ley de educación. En la Academia, lo académico es lo primario, perdón por la tautología. Lo que uno observa con preocupación es lo contrario. En la discusión del proyecto se ha priorizado lo político como también el eterno tema de la cobertura por encima de la calidad de la educación. Lograr que más cantidad de niños y jóvenes entren a las instituciones públicas, es decir, que los índices de escolaridad suban, es loable. Pero que esos índices se alcancen menguando la calidad de la enseñanza no es aceptable. Más cantidad de matriculados produce más resultados visibles que favorecen al poder oficial. La cantidad, solo la cantidad, es más útil en términos políticos. La calidad es menos llamativa, no produce resultados inmediatos. Pero es más sólida y promisoria a largo plazo. Los académicos tenemos la obligación moral y profesional de ser formadores, no meros instructores. Se pueden señalar algunas características de la calidad: profesores con altos estándares académicos, demostrables no únicamente por sus títulos sino también por la evaluación de su enseñanza hecha por sus pares y estudiantes. Evaluación: término que rechazan algunos sectores. Bibliotecas y redes informáticas bien dotadas, imprescindibles en educación. Ambientes de aprendizaje, de respeto por el saber, sin aventuras electoreras. En suma, profesores con solvencia académica y estudiantes con rendimientos sobresalientes. Educación sin calidad es una trampa.
Tomado de El Heraldo