La trascendencia histórica de una amistad rota
Por Jaime de la Hoz Simanca*
La relación Vargas Llosa-García Márquez constituye una de las más ricas vivencias de la historia literaria universal. Pocas veces podrían encontrarse casos paralelos en los que se establecieran estrechos nexos entre dos grandes escritores hasta el punto de sobrellevar una amistad que parecía ilimitada. Uno de esos casos, sin abandonar América Latina, es el de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Ambos pasaron a ser emblemáticas figuras de la literatura argentina a raíz de las obras que escribieron y cuyos recuerdos siguen vivos en el mundo de la ficción hispanoamericana.
La amistad de Bioy y Borges nació a principios de la década de los años treinta del siglo pasado, y se mantuvo intacta hasta la muerte del segundo, en junio de 1986; es decir, más de medio siglo unidos por la literatura y experiencias en común que se expresaron, sobre todo, en textos a cuatro manos, consejos mutuos alrededor de las mujeres y de la familia, viajes, pequeñas disputas por temas líricos e intercambios de opiniones sobre la ficción de este mundo, y de otros menos conocidos.
Bioy nació en 1914 y Borges en 1899. Pese a la diferencia de edades, la amistad se cimentó con una solidez indestructible que se revela en el diario de Bioy, Borges, publicado en 2006, siete años después de la muerte del autor de la novela La invención de Morel, entre muchas otras. Borges fue eterno candidato al Premio Nobel de Literatura, pero ganó el Cervantes, al igual que su entrañable amigo, Bioy Casares.
El origen de esa amistad fue contado por María Esther Vásquez de la siguiente manera: “Borges señala la fecha del encuentro en 1931, cuando él tenía 32 años y Adolfito, diecisiete. Bioy, en cambio, afirma que ocurrió en 1932, y los dos dijeron que fue en la casa de San Isidro de Victoria Ocampo”.
Otra gran amistad forjada en América Latina fue la que edificaron el mexicano Octavio Paz (1917-1998) y el chileno Pablo Neruda (1904-1973), ambos ganadores del Premio Nobel de Literatura, el primero en 1990 y el segundo en 1971. Como en el caso de Borges y Bioy, se trata aquí de dos poetas un tanto distantes en sus edades, pero dotados de una fuerza arrolladora que se hizo presente desde sus primeros lustros de vida. Neruda, en su deslumbrante autobiografía, dejó retazos de esa relación con Paz y refiere el instante del primer encuentro: “Entre noruegos, italianos, argentinos, llegó de México el poeta Octavio Paz, después de mil aventuras de viaje. En cierto modo me sentía orgulloso de haberlo traído. Había publicado un solo libro que yo había recibido hacía dos meses y que me pareció contener un germen verdadero. Entonces nadie lo conocía”.
El marco fue un Congreso Antifascista que, en 1937, se llevó a cabo en España. Hervía, en ese entonces, una ideología política que después habría de provocar el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Neruda ya tenía referencias de Paz, pues había leído varios de sus escritos, especialmente poemas, y conocía de su vanguardismo político que lo acercaba a las corrientes socialistas que también profesaba el vate chileno.
Digamos que, tal como Borges fue una especie de mentor de Bioy, Neruda lo fue de Paz, a quien desde un primer momento lo consideró promesa de las letras latinoamericanas. Ambos tuvieron su propia personalidad y los dos crearon una literatura con identidad única, exenta de cualquier comparación. Pero no fue, contrario al caso de los fabuladores bonaerenses, una amistad sin sobresaltos. Al contrario: años después de aquel primer encuentro fueron protagonistas de un enfrentamiento personal en México que inauguraría una serie de disputas originadas por temas políticos.
Al fin y al cabo, Neruda y Paz no sólo expresaron abiertamente sus ideas políticas, sus afectos y desafectos ideológicos, sino que asumieron funciones gubernamentales en sus respectivos países. Neruda fue cónsul en varias naciones, embajador de Chile en París y precandidato presidencial, entre otros cargos. Paz fue embajador en la India, funcionario en Japón y permanente opinador de las vicisitudes políticas en los tiempos del PRI, partido dictatorial que dominó el panorama de México durante largos lustros.
La más sonada desavenencia entre los dos literatos se mantuvo durante veinticinco años, pero después se restableció mediante elogios mutuos en la distancia y encuentros personales como el que hubo en el Festival de Poesía Internacional en Londres, 1967, cuatro años antes de que el autor de Canto General obtuviera el Premio Nobel, y seis antes de su extraña muerte.
EN EL PRINCIPIO FUERON LAS CARTAS. La relación entre García Márquez y Vargas Llosa comenzó a mediados de la década del sesenta cuando el colombiano proyectaba la escritura de Cien años de soledad. Según contó el escritor peruano, conoció de la existencia de Gabo a través de El coronel no tiene quien le escriba, libro que llegó a su oficina de trabajo en la agencia francesa de prensa. “Inicialmente lo leí en francés”, dijo. A partir de ese instante se interesó por conocer más sobre el autor que en ese momento había publicado La hojarasca, La mala hora y Los funerales de la mamá grande. Entonces, sin saberse cómo, se estableció una comunicación epistolar que habría de desembocar en un encuentro personal que se produjo en el aeropuerto internacional de Caracas, meses después de la aparición de Cien años de soledad.
La primera carta fue escrita por Gabo a Vargas Llosa y está fechada en México el 11 de enero de 1966. En ella señala lo siguiente: “A través de Luis Harss conseguí por fin tu dirección, que resultaba inencontrable en México, sobre todo ahora que Carlos Fuentes anda perdido quién sabe en qué manglares de la selva europea”. Después sobrevendría una abundante comunicación epistolar entre los dos escritores, pero hoy sólo se conocen las cartas (se recuperaron varias) de Gabo a Vargas Llosa y no las de Vargas Llosa a Gabo. No obstante, en las misivas hechas públicas se comprueba el profundo grado de amistad que se estableció entre ellos; incluso, por encima de la que unió, entre sí, a los otros escritores del llamado boom latinoamericano.
Muchos biógrafos, críticos, escritores, investigadores literarios y comentaristas en general han escrito innumerables páginas dedicadas a la amistad entre Gabo y Vargas Llosa y, sobre todo, a las causas del rompimiento, un misterio que aún prevalece en medio de inventos, fábulas, tergiversaciones y especulaciones en ocasiones divertidas y risibles. La circunstancia de la insólita rotura de aquella cofradía cercana a la hermandad ha permitido revivir el periplo completo y verdadero en el que se destacan los comienzos jubilosos hasta el momento de la intempestiva ruptura, sin excluir las tentativas de acercamientos posteriores.
Una de las más consistentes referencias al episodio Gabo-Vargas Llosa está consignada en el libro que escribió el periodista español Xavi Ayén acerca de los escritores que cambiaron el rumbo de la literatura latinoamericana −Gabo, Vargas Llosa, Cortázar y Fuentes− a partir de una explosión que no sólo se tradujo en la publicación de grandes novelas, extraordinarios cuentos, excelsas poesías y admirables ensayos, sino en una amistad cruzada que atravesó ríos y océanos mediante cartas y encuentros personales a lo largo y ancho de diversos países. La monumental obra de Ayén fue ganadora del Premio Gaziel de Biografías y Memorias 2013 y apareció en las librerías en 2014, año de la muerte de Gabo. “Xavi Ayén culmina con este libro una investigación de diez años que lo llevó por más de trescientas fuentes bibliográficas y vivas”, señala la nota de contraportada.
Dice Ayén: «Pocas admiraciones entre escritores se recuerdan como la que le profesaba Mario Vargas Llosa a Gabriel García Márquez en los años sesenta y setenta. “Eran tan amigos…”, exclaman hoy con un suspiro aquellos que disfrutaron de la compañía de ambos. Eran más que eso: el segundo hijo de los Vargas Llosa se llama Gabriel Rodrigo Gonzalo (los nombres de García Márquez y sus dos hijos) y sus padrinos fueron los Gabos, en una ceremonia que se realizó en Lima, en 1967. La correspondencia entre ambos es profusa en muestras de cariño. García Márquez se refiere a él como “hermano Mario”, “hermanazo” o “gran jefe inca” en los encabezamientos de la carta. El sentimiento que los unió fue tan intenso que solo una explosión nuclear los pudo distanciar».
En efecto. Al realizar el balance se descubre que la admiración fue más fuerte en Vargas Llosa, quien escribió sobre Gabo de una manera exultante no exenta de adjetivaciones luminosas y ditirambos al estilo griego. Primero, por el deslumbramiento que le produjo Cien años de soledad, novela que calificó como hazaña y a la que comparó con Amadís de Gaula, obra literaria del medioevo, considerada clásico universal de los libros de caballerías. Su artículo lo tituló Cien años de soledad, el Amadís de América, y fue publicado dos meses después de la aparición del libro emblemático de Gabo, en 1967.
El otro deslumbramiento fue el impacto que causó en el peruano la manera de ser de Gabo, su desenvoltura caribeña e imaginación desbordada que se expresaba con naturalidad en el diálogo cotidiano. Escribió Vargas Llosa: “Entre todos los rasgos de su personalidad hay uno, sobre todo, que me fascina: el carácter obsesivamente anecdótico con que esta personalidad se manifiesta. Todo en él se traduce en historias, en episodios que recuerda o inventa con una facilidad impresionante. Opiniones políticas o literarias, juicios sobre personas, cosas o países, proyectos y ambiciones: todo se hace anécdota, se expresa a través de anécdotas. Su inteligencia, su cultura, su sensibilidad tienen un curiosísimo sello específico y concreto, hacen gala de anti-intelectualismo, son rabiosamente anti-abstractas. Al contacto con esta personalidad, la vida se transforma en una cascada de anécdotas”.
ALGO MÁS SOBRE AQUELLOS LAZOS. La relación amistosa entre Gabo y Vargas Llosa ha sido explorada en abundancia por tratarse de dos escritores que ganaron en franca lid el Premio Nobel de literatura. Si bien el hecho estremeció en su momento los cimientos del ámbito artístico hispanoamericano, se universalizó luego a partir del 2010, año en que el escritor peruano obtuvo también el máximo galardón de las letras.
Hay dos razones para el engrandecimiento: el grado de hermandad que hubo entre los dos a lo largo de nueve años, y la terminación abrupta que ocurrió en México el 12 de febrero de 1976. En esa fecha, Vargas Llosa propinó un puñetazo a Gabo que lo hizo rodar por el piso. El episodio, entonces, creció como espuma y se convirtió, en algunos casos, en caldo favorito de la chismografía literaria. Hoy, cuando Gabo está muerto y Vargas Llosa, a sus 88 años, sobrevive en los cuarteles de invierno, bajo el cuidado atento de sus tres hijos, es posible el intento de armar aquel rompecabezas mediante detalles, realidades, fantasías y anécdotas que lo precedieron.
El más reciente escrito sobre este asunto, que provocó un gran estallido en el mundo de las letras, ha sido el libro del periodista peruano Jaime Bayly, quien mantuvo una cercanía con su compatriota que terminó en enemistad pública. Se trata de una versión novelada que comienza con el famoso puñetazo y avanza en medio de una atropellada narrativa sobre la prepotencia de los varones contra la mujer que no excluye la invención morbosa de situaciones que el autor describe con escabroso deleite. El libro ha merecido rayos y centellas por parte de especialistas que coinciden en que Los genios aportan poco al esclarecimiento de los hechos. Una de las críticas más fundamentadas fue realizada en los siguientes términos:
“La construcción de la historia merece un reconocimiento. Sin embargo, por instantes, tiende a recrear el estilo superlativo de García Márquez. Por momentos, la elección de adjetivos parece inocente; mientras que, a ratos, revela torpeza… Esta es una novela sobre el machismo peruano y colombiano; aún más, sobre el latinoamericano; principalmente, sobre el machismo de su época y —por qué no— también del actual”. Las anécdotas —reales o inventadas— vuelan por doquier. Xavi Ayén cita a José Donoso en las siguientes: «Hasta eran confundidos el uno con el otro. En una visita a la Cueva Pintada de Gáldar, en Gran Canaria, a Vargas Llosa se le acercaron unas señoras, llenas de curiosidad. “¡Es Márquez Llosa!”, exclamó una de ellas».
María del Pilar Donoso ha contado cómo, en una ocasión en que García Márquez se embarcó en un avión, tras hundirse, aterrado, en su asiento, oyó cómo su vecino le decía: “¡Qué honor estar sentado a su lado! ¡Usted es el escritor más grande de América, permítame que le ofrezca una copa!”. El viaje transcurrió entre whiskies y una agradable charla que le hizo olvidarse de los presuntos peligros del vuelo. En el aeropuerto, al despedirse, el viajero le apretó las manos, emocionado: “¡He estado feliz de conocerlo, señor Vargas Llosa! Hasta luego”».
En el mismo sentido, Vargas Llosa contó hace pocos años una anécdota que parece calcada de la anterior. Pero ocurrió a la inversa: «Yo viajaba en avión a Las Palmas desde Madrid. La azafata se me acercó y me dijo: “Mire, allí atrás hay un señor que lo admira muchísimo. Le tiene una enorme admiración, pero es tímido. No quiere molestarlo ni siquiera un autógrafo. Quiere darle la mano. ¿Podría acercarse a usted para darle la mano?”. Por supuesto, dije, que se acerque para darle la mano. Y vino un señor relativamente joven, profundamente conmovido. Más o menos me dijo: “Usted no sabe lo que significa esto para mí; usted no sabe lo que han sido sus libros en mi vida”. Yo no sabía qué decirle. Entonces vino la cuchillada. Me dice: “porque Cien años de soledad cambió mi vida”. La emoción de este señor era de tal naturaleza que yo no me atreví a decirle que lo sentía muchísimo, que yo no era García Márquez, que yo no era el que él creía. Y le di la mano: ¡suplanté a García Márquez!».
EL HECHO. En medio del eco ensordecedor de Cien años de soledad, García Márquez y Vargas Llosa se radicaron en Barcelona, donde las dos familias fueron vecinas. Pero llegaría el rompimiento: un puñetazo histórico por razones desconocidas, pese a las disímiles hipótesis e infinitas versiones que han circulado. El hecho se protagonizó en el vestíbulo de un teatro donde se estrenaría la película Odisea de los Andes. El guión lo había escrito Vargas Llosa, circunstancia que convocó la atención alrededor del estreno del filme. “¡Esto, por lo que le dijiste a Patricia!”, exclamó el peruano mientras asestaba el golpe. Otros sostienen que la expresión fue: “¡Esto, por lo que le hiciste a Patricia!” ¿Qué le dijo Gabo a Patricia Llosa, mujer y prima de Vargas Llosa? ¿Qué le hizo? Nadie lo sabe con exactitud, nadie esgrime pruebas, hasta ahora. Solo rumores han sobrevolado alrededor del lamentable episodio.
Amigos cercanos a los dos escritores, al igual que investigadores y sabuesos literarios, sostienen que todo se originó a raíz del enamoramiento del peruano con una bella mujer con la que se fue de paseo y tuvo luego una petite aventure. Según Bayly, se llamaba Susana Diez Canseco. Ayén solo la referencia en su libro con el nombre de Susana. Patricia, por su parte, debía viajar desde Barcelona hacia Lima después de una fiesta de despedida ofrecida por Carmen Balcells, la agente literaria de los dos escritores. Gabo se ofreció a llevarla, pero “en el trayecto, el escritor se confundió de carretera y Patricia temió perder el avión. Entonces Gabo, quizás como un chiste, quizás como una broma colombiana o quizás como un deseo inmediato, le comentó algo así como que si perdía el avión no pasaría nada y ya montarían ellos una fiesta. Nadie sabe las palabras exactas, ni el tono, pero no fue muy diferente, y esto lo ha insinuado hasta el inglés Gerald Martin, el muy serio hispanista y gran biógrafo de Márquez. No pasó nada más. Patricia perdió el avión y se volvió al hotel. Al llegar a Lima se lo debió contar a su marido, lo que provocó, semanas más tarde, la airada reacción de Mario, la enemistad perpetua y la prohibición de reeditar su libro sobre García Márquez”.
Agregó Plaza en el mismo artículo que en un congreso, al ser consultado por su ruptura con Vargas Llosa, el escritor colombiano contestó: “Ah, eso es un problema de Mario y de los chismes que le contó Patricia, que le llenó de cuentos la cabeza”. De esta manera terminó aquel compadrazgo endurecido por la misma devoción por Faulkner; las mismas penurias en el peregrinaje por Europa en tiempos remotos, y un origen conflictivo similar —ambos fueron criados por sus abuelos maternos— con relación a sus padres.
Sin embargo, una de las interpretaciones más serias y decentes la dio el escritor, biógrafo de Vargas Llosa, J.J. Armas Marcelo: «Tengo para mí que la complicidad entre los dos, nacida como un “flechazo” en 1967, cuando ambos se encontraron en Caracas, se había ido deteriorando a lo largo del tiempo. Las fisuras ideológicas, puestas de manifiesto en situaciones límites, tal el “caso Padilla”, no hicieron más que acelerar la distancia efectiva en la que la amistad se refugiaba desde hacía tiempo. Las versiones que circulan por los medios intelectuales son el “añadido imaginativo” que echa a volar el factor morboso de la fama».
Pero hay algo más. Aparte de encontradas versiones: que Patricia acompañaba a Mario al momento del golpe o que no; que Patricia perdió el vuelo a Lima o que sí alcanzó a subirse; que la escritora Elena Poniatowsca vio el impacto del puñetazo y corrió a un restaurante cercano donde compró un filete crudo y lo aplicó luego en el ojo y la nariz rota de Gabo o que fue el periodista Francisco Igartua el que socorrió al colombiano…, en fin, más allá de las verdades y mentiras, lo único cierto fue la reacción de Patricia cuando Vargas Llosa regresó a la habitación en compañía de Igartua. Así lo cuenta Ayén:
«Patricia esperaba a Mario con los cañones listos para disparar y disparó. Estaba enterada de todo.
—¡Imbécil! ¡Creeetino!… ¿Qué te has creído?… Me has puesto a mí de hazmerreir público.
Y voló una lámpara por el aire en dirección a la cabeza de Mario.
—Me ha llamado la Gaba, medio mundo… ¡Eres un imbécil! ¡Creetino!…
El fuego de Patricia iba creciendo y las lámparas volaban por los aires en búsqueda de la cabeza de Mario, quien, hierático, no abría la boca.
Igartua está asustado ante aquella explosión de furia. “¡Ahora sí que creerán que es verdad!”, exclama la esposa. El periodista no sabe qué hacer y solo se le ocurre deslizarse hacia el teléfono y llamar a su esposa, Clemen, para que venga a auxiliarlo. En efecto, se presenta en unos pocos minutos en la habitación y consigue amansar a Patricia».
EPÍLOGO. Mucha agua de ríos ha corrido después de aquel incidente que se constituyó en un minúsculo huracán mediático que, a su vez, produjo un sacudón en el mundo de las letras. Lo que sobrevino después, lo que podríamos llamar el posgolpe, fueron reacciones de toda índole, entre ellas, la búsqueda de reconciliación entre los dos escritores. Muchos fueron los intentos que se realizaron por parte de amigos comunes, quienes expresaban un estado inagotable de asombro y buscaban más respuestas que permitieran retroceder el tiempo.
Algunos amigos alcanzaron a obtener declaraciones de uno y otro, pero frías, parcas, moderadas, de pocas palabras. Vargas Llosa dijo en una entrevista que se había dado un acuerdo tácito para no referirse al episodio ni a sus causas ni al futuro de ambos. Y que, además, debía ser un asunto de los biógrafos. Gerald Martin, el biógrafo de los dos escritores, publicó una monumental obra sobre García Márquez, pero sólo le dedicó una página y media al incidente sin que haya una visión diferente a la que se ha expresado a lo largo de los lustros. Y admite que, hasta ese momento, ninguno de los dos novelistas había querido hablar del tema. Martin trabaja en la biografía de Vargas Llosa y allí, tal vez, aparezcan inéditas revelaciones..
Pero los acercamientos entre los dos famosos creadores se han producido de otra manera y a través de inesperados caminos. El primero se dio en 2007, año en el que Gabo fue homenajeado en Cartagena, Colombia, a raíz de los cincuenta años de la publicación de Cien años de Soledad, su cumpleaños número ochenta (nació el 6 de marzo de 1927) y el veinticinco aniversario de la obtención del Premio Nobel de Literatura. Ese día, 26 de marzo, se celebró el IV Congreso Internacional de la Lengua y se le brindó honores a García Márquez.
Uno de los hechos de mayor repercusión ocurrió en el momento en que fue entregada al escritor la edición conmemorativa de Cien años de soledad respaldada por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española. En el libro aparece un texto de Vargas Llosa que publicó originalmente en la extensa obra Historia de un deicidio, 1971, pero prohibida por el peruano a raíz del conocido episodio. Ambos escritores autorizaron la inclusión del capítulo que, en el fondo, pareciera otro prólogo más de los tantos que preceden la novela..
El segundo hecho fue la reedición autorizada por Vargas Llosa de García Márquez Historia de un deicidio, obra que, según Martin, constituye “uno de los homenajes más generosos y notables de la historia de la literatura que un gran escritor haya dedicado nunca a otro”. La nueva edición apareció en 2021, esta vez bajo el sello Alfaguara, que también reeditaría, el mismo año, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina, la histórica conversación que se estableció entre los dos escritores el 5 y 7 de septiembre de 1967 en la Universidad de Ingeniería de Lima y de la cual sobrevivían ediciones precarias que fueron reconstruidas. Y no más.
*Magister en Educación. Tres veces ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Autor del libro biográfico García Márquez y Vargas Vila: un camino, dos historias. Actual decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Autónoma del Caribe.