por Octavio De la Hoz
Anestesiólogo especialista en Medicina
del dolor y Cuidados Paliativos
Todos los seres humanos alguna vez hemos experimentado un episodio doloroso en nuestro transcurrir diario; y no sólo el orgánico o físico, sino también el espiritual o del alma, e independientemente de la causa que lo genera, la respuesta del cuerpo es integral, y origina una memoria por siempre, que desearemos no volver a experimentar nunca. Hay dolores “gratificantes” como el producido por las contracciones uterinas durante el parto para traer al mundo un hijo.
Dirán, ¿como lo sé, si nunca lo he sufrido? Pues las mujeres que han padecido de dolor por cálculos en las vías urinarias o renales, dicen que prefieren parir diez veces que expulsar un cálculo.
El dolor agudo o súbito, es una manifestación de nuestro cuerpo que nos avisa, que algo no anda bien; que al igual que un signo vital, como la presión arterial, la frecuencia de pulso, los latidos del corazón, la temperatura, el número de veces que respiramos en un minuto, y otros, le informa a quien lo sufre que debe ser evaluado por un médico para buscar su causa, y de acuerdo a ello, tratar de aliviarlo o quitarlo. En ocasiones se trata el síntoma del dolor, mientras se busca la causa de éste. (por sentado que ya desapareció la causa.) Se debe indagar, sin volverse obsesivos, pues si el dolor no volvió a presentarse quiere decir que el mismo organismo hizo su propia solución al reparar la causa.
Muchas veces es relativamente fácil encontrar la causa y otras no tantas, convirtiéndose en un reto para el médico hallarla, pues una enfermedad puede manifestarse de modo diferente en cada persona, y cada individuo es un mundo diferente, haciendo que su organismo reaccione en una forma atípica, poco usual, que puede confundir aún, al más experto en el universo. “Muerto el perro, muerta la rabia“, dice un dicho popular y esto es para decir que una vez se sane la enfermedad que generó el dolor, sea con tratamiento médico – con medicamentos o no – o mediante cirugía o procedimientos mínimamente invasivos, el dolor debe desaparecer o al menos ir disminuyendo su intensidad, hasta quitarse completamente. De no ser así, hay que hacer un seguimiento del paciente para verificar qué pudiera estar sucediendo y tratarlo adecuadamente, pues el dolor agudo, una vez sanada la causa que lo inició, debe desaparecer en un tiempo prudente; en caso contrario debe tratarse para evitar que se convierta en dolor crónico.
Cuando el dolor se convierte en permanente o crónico, ya sea de origen benigno o maligno, se vuelve una enfermedad que es muy difícil de tratar por un solo especialista. Siempre se debe buscar la causa del dolor, y una vez identificada, cosa que sucede en la mayoría de los casos, averiguar si la misma es susceptible de quitar o sanar o si por el contrario, necesita terapia por diversas modalidades, que ayuden a tolerar el mismo, o al menos (si no se) lograr controlarlo lo mejor posible, tratando siempre de buscar el bienestar del paciente, que pueda realizar sus actividades diarias sin discapacidad para ello, aunque pueda presentar algunas limitaciones.
Siempre he sostenido que la peor discapacidad y pobreza es la mental y que el paciente debe exigirse a sí mismo para contribuir en su recuperación y no dejarle solo al personal de salud la responsabilidad de su curación o recuperación, diciendo: “aquí estoy yo con mi problema y usted, sólo ustedes, profesionales de la salud, deben curarme“. Sin la colaboración, disponibilidad, positivismo, actitud mental, seguir al pie de la letra las indicaciones del médico, es difícil lograr el objetivo.
Es común encontrar mucha gente que opine sobre lo que no sabe; si a veces aún los que nos hemos preparado, todavía ignoramos muchos aspectos de algunas patologías. Estos individuos, no solo opinan, sino también juegan a ser médicos, atreviéndose a hacer diagnósticos y hasta ordenar tomar medicamentos, y regalar drogas que le quedaron a su pariente o a él mismo por un tratamiento del pasado y con la afirmación de que esos medicamentos le quitaron el dolor, siendo esto una práctica peligrosa e irresponsable, pues a las urgencias llegan pacientes con efectos adversos no tolerados por estas “recomendaciones”.
Hoy hay diversas alternativas terapéuticas manejadas por diferentes disciplinas que ayudan a tratar los dolores y sus consecuencias en el estado mental o psicoafectivo, sean estos agudos o crónicos, y se debe insistir en que, es cierto que hay dolores muy difíciles de tratar y otros de curar, pero se cuenta con la disponibilidad de especialistas, debidamente entrenados, para tratar estos síndromes dolorosos en una forma integral, pues es un derecho humano establecido, el no sufrimiento.
Es menester aclarar que la automedicación puede llevar a efectos secundarios y/o adversos, incluyendo adicciones, que resultan, de peores consecuencias que la enfermedad en sí, razón por la cual se invita a la mesura en las toma de decisiones basadas en recomendaciones de personas no avalados para ello.