por Loor Naissir
Soy devota de San Antonio desde hace muchísimos años; ni por ahí pensaba que era el santo casandero.
Todo sucedió cuando estudiaba Comunicación Social en la Autónoma del Caribe y vivía en una residencia familiar en el barrio Recreo, donde la dueña de casa tenía una imagen del santo en el frente, cerca del techo, y otra muy hermosa en el patio, en medio de un jardín.
Tenía entonces 18 años y venía de un hogar donde no se veneraban los santos. Le pregunté quién era y ella me contestó emocionada: “Es San Antonio, el de las cosas perdidas e imposibles”. Hasta ahí llegó la conversación.
Una mañana me vio llorar porque había recibido la noticia de que mi padre estaba hospitalizado en la Clínica Bautista por un fuerte dolor abdominal.
Ella me tocó el hombro y me llevó al altar que estaba en el patio. «Rézale para que veas lo milagroso que es», me dijo.
Le recé un Padre Nuestro y cinco Avemarías con mucha fe y una oración que me dio que decía: Pero con el tiempo la abrevié Oh admirable y esclarecido protector mío, San Antonio de Padua/ siempre he tenido una gran confianza en ti, en que me has de ayudar en todas mis necesidades/ San Antonio Bendito las cosas perdidas por tu inmediación serán halladas y las alejadas, acercadas/ Yo quiero en este corto diálogo agradecerte por todo y confirmar una vez más que nunca quiero separarme de ti por mayor que sea la ilusión material/ deseo estar contigo y todos mis seres queridos en la gloria perpetua/ gracias por tu misericordia para conmigo/ gracias Señor.
Y me fui apresurada a la clínica. Encontré a mi madre y a mis hermanos en un mar de lágrimas. Me fui a la capilla y volví a rezarle al santo con devoción.
Al día siguiente lo operaron del colon y la cirugía fue exitosa. Recuerdo lo que nos dijeron los doctores Toto Dáes y Mauricio Rodríguez cuando llegaron a la habitación: «Todo salió bien. En ocho días estará en su casa».
Este santo se convirtió en mi protector y le prometí que cuando tuviera un hijo le pondría de nombre Antonio.
Las coincidencias de la vida: me casé con un Antonio y le puse a mi hijo Antonio como segundo nombre. En la sala de mi casa hay un cuadro de San Antonio, que llama poderosamente la atención porque lo tengo visible.
Él me acompaña a todas partes. Mis amigas me dicen jocosamente que yo le pedía un novio a San Antonio y confieso que jamás lo hice, pero me dio un novio bonito, como dice la canción.
Siendo soltera viajé a Europa y fui a la ciudad de Padua (Italia) y compré cuanta imagen pude traer.
Fue emocionante para mi esa visita a la Basílica de San Antonio de Padua, donde están sus pertenencias intactas.
Cuando regresé una amiga vecina me pidió que le regalara un San Antonio y atrevidamente escogió el más bonito.
Cómo le decía que no! si ella estaba pasando por una desilusión amorosa. Tenía roto su corazón. Tomó la imagen y me pidió la oración… A los tres meses se fue de paseo a Estados Unidos.
Como si fuera un milagro, el día que llegó le hicieron una fiesta de bienvenida y ahí apareció el hombre de su vida: hoy está felizmente casada con él y tiene un hijo.
Después mi querida colega Claudia Cuello estaba en Atlanta y quería ver jugar a su amigo Edgard Rentería; pero se había agotado la boletería.
Claudia se acordó de San Antonio y le pidió que la ayudara. Como si fuera un milagro se encontró a nuestro beisbolista; sin que tuviera tiempo de pedírselas, él le dijo: Claudia, cuántas boletas quieres para ir a verme jugar? No lo podía creer!!! cuando Claudia regresó se fue a un supermercado y compró el equivalente de las boletas en alimentos y los llevó en donación al
Asilo de San Antonio. Otro caso fue el de mi otra colega Martha Guarín, a quien se le extravió su bolso con todos los documentos personales. Se cansó de buscar hasta que se acordó de San Antonio y le dijo: “Yo soy amiga de una gran devota tuya; por favor… ayúdame a encontrar los papeles”. El bolso apareció en el lugar donde lo había buscado varias veces!
Esta última historia me la contaron y la quiero compartir con ustedes: Una joven estaba cansada de pedirle a San Antonio un novio y pasaban los años y los años y nada que aparecía ese príncipe azul que ella soñaba y ya estaba quedándose para ‘vestir santos’. Una mañana amaneció brava con San Antonio porque no le hacía el milagrito y tomó la imagen y la tiró del balcón. Le cayó en la cabeza a un joven apuesto que acababa de llegar al barrio. Cuando escuchó el grito de dolor ella bajó las escaleras de inmediato y empezó a auxiliarlo.
Fue amor a primera vista. A los seis meses se casaron.
Termino esta ‘oda’ a mi santo con una experiencia vivida hace algunos años. Un domingo me desperté ansiosa y le dije a mi esposo: “Hoy tengo ganas de ir al asilo a llevar una donación”.
Cuando llegué… qué sorpresa!!! Música y alegría en todos los rincones: Era el Día de San Antonio, 13 de junio, y yo no me acordaba. Mi santo quería que yo compartiera esa alegría!!!