Un rebelde con causas
Colaboración de Carlos A. Sourdis Pinedo
Carlos Polo Tovar recuerda el día en que la atmósfera se oscureció sobre su vecindario en el barrio El Carmen de Barranquilla y un viento furioso comenzó a soplar con lluvia, mientras varias trombas marinas se dibujaban como embudos grises en el horizonte fluvial que bordea a la ciudad.
Entonces empezaron ‘a llover bocachicos y mojarras’, entre otras especies que incursionan en el río Magdalena, causando estragos: “rompiendo tejas, vidrios de ventanas, golpeando cabezas. Los pescados caían vivos saltando y aleteando en el piso como locos”.
Fue precisamente un bocachico el que le dejó la cara adolorida a Carlos Polo, luego de golpearle como una áspera bofetada repleta de escamas: ¡Paf!
Recuerda además que mientras algunos vecinos alarmados ante estos signos rezaban o se lamentaban ante la posible llegada del Apocalipsis, otros —quizá menos piadosos pero sin duda más prácticos—, se apresuraban recoger en carretillas y aprovechar el producto de aquella lluvia mágica.
Hoy en día, Carlos Polo desconfía a ratos de aquellas memorias pero al mismo tiempo está seguro de que no puede descartarlas.
En otras palabras, está claro que resulta imposible suponer que se trata solamente de los recuerdos desbordados de un niño de seis o siete años.
Además, la literatura, e incluso algunas crónicas científicas, dejan en claro que ‘del cielo’ no sólo pueden ‘llover’ y ‘han llovido’ peces, sino ranas y hasta jirafas, según lo describen desde sus particulares ‘realismos mágicos’ autores provenientes de mundos tan aparentemente opuestos como el del macondiano Gabriel García Márquez o el del japonés Haruki Murakami: las pruebas del ‘desafuero’ de la naturaleza son más abundantes de lo que somos capaces de concebir a veces.
La anécdota queda registrada en uno de los relatos cortos escritos por Carlos Polo en su obra ‘Las malas noticias siempre llegan primero’ (publicado en 2018 y ganador del premio ‘Portafolio de Estímulos’ de la Alcaldía de Barranquilla’), repleto de sus vivencias tempranas en un barrio popular, una colorida y a veces conmovedora descripción de los años de su infancia y su adolescencia, en donde lo asombroso se entrelaza con los sucesos cotidianos de los primeros amores, de las correrías de ‘la barra de la cuadra’, de las primeras palizas que depara la vida, las primeras ilusiones y los primeros desencantos.
Es al mismo tiempo el reflejo de una infancia marcada por haber quedado huérfano de padre cuando apenas llevaba cuatro meses en el vientre de su madre, y por una adolescencia ‘dura’, propia del ‘gueto’ y de la exclusión social, de ese ambiente donde comienza a tomar fuerza y forma el descontento y el lenguaje directo y descarnado que caracteriza la obra de Polo, y que también se descubre en otro libro de cuentos, ‘Rapsodias para reclutas asustadizos’.
En este último narra fragmentos de su paso como recluta o conscripto por el servicio nacional militar, pero limitándose a describir la vida dentro del cuartel y sus anécdotas, sin caer en el facilísimo de relatos (tan colombianos) sobre combates o balaceras entre guerrilleros, soldados, paramilitares… Este libro le mereció en 2010 ser ganador del concurso de cuento y poesía de la Universidad Industrial de Santander (UIS).
Ya en el año 2004 había publicado su primera colección de poemas, ‘Polifonía de Colores’, con el cual se presentó en la Feria del Libro de Bogotá. En 2007 publica sus cuentos ‘Testamento de la Barriada’, y en 2009 aparece su primera novela ‘La Suerte del Perdedor’, que él define como un homenaje al irreverente Charles Bukowski.
Incursión en el periodismo
El talento narrativo de Carlos no pasó desapercibido para el entonces director del diario El Heraldo, Ernesto McCausland, quien le propone en 2009 que se una al equipo de este diario. Ya para entonces Polo también escribía guiones cinematográficos.
“Fue algo maravillosamente fortuito”, comenta Carlos, quien nunca había soñado con hacer periodismo. “La persona que me dio la licencia para ‘cronicar’ y conocer desde dentro el periodismo fue McCausland”.
Una experiencia que le marcó profundamente y que Carlos Polo intenta exorcizar en su novela más reciente, ‘Es de noche cuando los gatos son pardos’, publicada en 2018, dos años después de haber abandonado el periodismo, y gana con ella el ‘Premio de Novela ‘Estuario’ del distrito de Barranquilla.
En esta obra describe descarnadamente las experiencias de esa inmersión profunda en los sucesos sangrientos e incesantes de dolor y sufrimiento que invariablemente ocurren a diario en los barrios marginales y se descubren y mastican, digeridos o no, en el trabajo de la apropiadamente llamada ‘crónica roja’, como reportero de El Heraldo.
Pero antes de esta novela, en 2017 Carlos gana varios concursos. Entre ellos, el premio ‘Ernesto McCausland’ (creado en honor a este para entonces desaparecido periodista) con su crónica ‘Un carnaval con el disfraz de la abandoná’, y en ese mismo año vuelve a ganar otro premio, con el cuento ‘X50054’.
Los orígenes
Pero, según Polo, la primera aproximación consciente al arte de contar historias, de querer narrarlas, fue algo tímida, relacionada con la estructura musical, con la rima y el ritmo, del rap, del rock, del hip-hop y otros géneros rebeldes o contestatarios:
“En ese momento comencé a soltar algunas de las primeras preocupaciones, a expresar esa necesidad de comunicar”. Y aunque aún no tenía claro qué era lo que quería expresar, o contar, la semilla del verbo estaba allí, la necesidad de transmitir, denunciar, señalar.
“Por un rato pensé que se trataba de despertar conciencia. No dejaba de sentir que aquella era una misión algo pretenciosa, impulsada por ‘la efervescencia juvenil’; me llamaba poderosamente la atención la radio: todo estaba conectado con la música”.
Le seducía especialmente el rock (las líneas de sus cuentos o novelas están repletos de pasajes de memorables piezas de rock británico y gringo) “porque sentía que iban en contra de las estructuras del poder”.
Este momento coincidió con el intercambio de lecturas con amigos, cercanos e ‘imaginarios’, que despertaron sus auténticas ganas de escribir contenidos ‘sarcásticos’.
Entonces comienza a mostrar, con cierta incertidumbre, algunos de sus textos. A leerlos, a recitarlos ante el público. Y pronto descubre espacios de la ciudad donde podía compartirlos abiertamente. Y que definitivamente existía una conexión entre la gente y su incipiente producción creativa.
“Comencé a hurgar en la literatura con soltura, sin mucha disciplina, y también en la filosofía, precisamente en aras de construir un discurso verbal”. Ahora recuerda aquel periodo como una especie de ‘deconstrucción’ acompañada de un apetito de alimentarse en términos de conocimiento.
Caen en sus manos Nietzche, Descartes, Maquiavelo… Siente que autores como estos le dieron las herramientas necesarias “para construir ese discurso”, que le ayudaban a formarse, aunque en aquel momento ni escribir formalmente ni la búsqueda estética textual formaban parte consciente de sus aspiraciones.
“Pero una cosa lleva a la otra. Siento que cuando empiezo a encontrarme con algunos autores que escribían sobre su realidad inmediata, en historias urbanas que estaban muy conectadas a mi propia experiencia vital, fue el momento en que realmente empecé a sentirme sacudido”.
Por ahí pasaron, sacudiéndole, Kerouac y otros autores Beat, así como la versión colombiana de estos escritores norteamericanos, los nadaístas, y Henry Miller, Milan Kundera, Bukowski, desde luego, y Gunter Grass y Andrés Caicedo, ¿cómo no?, entre otros.
“Fui encontrando cosas que me hicieron entender que se puede escribir desde el descontento, desde la rabia, y que te permiten soltar esta cosa que a veces se aprieta en el estómago. Que se puede transgredir ese canon de literatura de corpus verbal muy rico y que posee una estética definitiva, pero que no nos atañe de forma directa”.
Cabe añadir aquí que es solamente después de haber comenzado a escribir y haber lanzado varias publicaciones, con las que obtuvo reconocimientos o premios locales y nacionales, que Carlos Polo decide hacer un Magíster en Literatura Hispanoamericana y del Caribe.
El valor de la identidad
“Porque sentía que tenía que darle una estructura formal a mi obra y que venía formándose en mi cabeza con respecto a la identidad. Porque si hay algo destacado en lo que hago, está precisamente conectado con eso: con la identidad, con los valores que identifican a una región, a una ciudad y a una población específicas. Si analizas esa apuesta de corpus verbal, te darás cuenta de que no hay temor a lo popular ni a la cultura popular, sino todo lo contrario: hay una búsqueda de transgresión frente al canon europeo, que exige otros parámetros y que habla de ‘alta cultura’ y minimiza lo que somos nosotros, y lo que es Latinoamérica”.
De hecho, Polo opina que los escritores del llamado ‘Boom Latinoamericano’ se ampararon bajo el paraguas de una especie de truco publicitario que buscaba universalizar y por lo tanto comercializar lo Latinoamericano, de hacerlo atractivamente sonoro, aceptable y domesticable para los elevados altares de la llamada ‘Literatura Universal’.
Este autor ve como un mecanismo de uniformalización y mantenimiento del ‘Statu Quo’ el hecho de que las reglas y prescripciones del idioma español todavía intenten diseñarse e imponerse desde un claustro como el de la Real Academia Española, cuando la mayor parte de los hablantes de este idioma, el español, se encuentran precisamente de este lado del océano, en Latinoamérica.
“El lenguaje es un elemento vivo, casi un organismo que se autorregula y que está dominado por el uso que le dan los hablantes, no los académicos en sus aulas. La Academia lo que hace es bailar al ritmo que los hablantes le impongan al idioma”.
De hecho, le enorgullece haber hallado en su propio mundo, “de este lado del charco”, a un grupo de autores y experimentadores que habían logrado desarrollar una narrativa “a golpe de diálogo”, sin recurrir a consabidas formalidades de la literatura europea.
Actualmente, Carlos Polo, quien es docente en la Facultad de Comunicación Social de la asignatura ‘Comunicación Escrita y Procesos Lectores’ en la Corporación Universitaria ‘Minuto de Dios’ (Uniminuto), enfrenta uno de sus proyectos más íntimos y dolorosos: escribe un poemario a la memoria de su hermano mayor, “quien también fue como mi padre y sin duda mi amigo, Alexander Polo Tovar, fallecido durante la pandemia del Covid 19, el 13 de mayo de 2021”.
Carlos Polo ha levantado en su hogar, junto a su esposa Cristina Ruiz Beltrán —quien trabaja en el área de Producción de Eventos Culturales y de Comunicaciones— a su hijo Sebastián.
El joven cursa noveno grado en la Escuela Normal Superior ‘La Hacienda’, sueña con ser futbolista profesional pero también le seducen las ciencias sociales y humanas.
“Lo que espero para él es que se realice, que logre sus metas, que viva la aventura de la vida y que logre trabajar en lo que en realidad disfruta”.
Carlos Polo Tovar, este ser humano al que podríamos definir como ‘un escritor rebelde con causas’, agradece enormemente la experiencia de ser padre, que se ha convertido “en un motor y en una razón más de vivir, de existir”
Y está seguro de que no se puede estar seguro ante nada.
Peces que llueven del cielo, apañarse a las estructuras del periodismo ‘moderno’, imponer su lenguaje contra el de las formas literarias formales, rendir un homenaje a su hermano Alexander, arremeter contra “las estructuras de poder”, confiar en sus memorias, todo es parte de un juego en que, según él mismo, “no existe nada escrito ni resuelto”.
Pero está decidido a enfrentar todos los desafíos, todos los riesgos. Su vida es una prueba de que este ha sido, es, y tal vez seguirá siendo el mejor de los caminos.
Fotos cortesía de Carlos Polo